La noche del siete de mayo, Agustín paso la noche desnudo sin poder dormir. Y vino el ocho de mayo. Aquel viernes ocho de mayo las madres de familia se plantaron afuera del CAM para exigir la libertad de Agustín. Suponían que la policía no las desalojaría porque, como eran tiempos de influenza (H5N1, enfermedad viral inventada por el gobierno de Calderón, la cual tuvo en cuarentena a la Republica Mexicana), no había clases y no perjudicarían a nadie. Pero los padres de familia de la escuela se equivocaron. “Los policías nos rodearon y nos empezaron a pegar”, dice la señora “S”, que ha aceptado hablar a condición de tener cuidado: nada de direcciones, nada de nombres, ni siquiera la descripción de una cara. Teme más represalias. “Nos dieron con todo el odio, aquí está el video para que vea que no estamos mintiendo”. El video no dura más de diez minutos, pero se observa claramente cómo los policías cierran las calles y se lanzan contra las manifestantes. Hay gritos, patadas y mentadas de madre. Seis oficiales arrastran a la patrulla a una chica de blusa azul, la jalan de los cabellos y le echan una cobija encima para emprenderla a puñetazos. En otra toma, dos policías parecen estar obstinados en dejar marcadas las suelas de sus botas en la espalda de una mujer obesa; su hijo, un chico sordomudo, está atrapado en la desesperación. Se ve, también, a otra señora que corre, pero los toletazos la detienen. No hay prensa, sólo un joven, desde la azotea, graba con su celular la golpiza. “Los policías nos decían ‘esto les pasa por andar defendiendo a putos’; fueron muy abusivos”, dice otra de las madres de familia. “Camino al Ministerio Publico nos manosearon esos cabrones y se iban riendo”. La fianza por cada madre (58 mil en total) fue de 10 mil pesos. Agustín, después de salir de prisión, sacó sus ahorros y el entonces alcalde de Ecatepec, José Luis Gutiérrez Cureño, aportó otra parte. –¿Y ustedes por qué han arriesgado su vida por Agustín? –se les pregunta a las madres de familia.
Responde una de ellas, que también pide permanecer en el anonimato. –El maestro levantó de la nada el CAM, pero no sólo eso: les dio a nuestros hijos la oportunidad de ir a la escuela, no los regresó, les devolvió la dignidad.
Les dio ánimos a los niños y ahora ellos no se miran como sordos, ciegos o inválidos. Si el maestro Agustín es o no homosexual, eso no nos importa. A quienes sí pareció importarles fué a los reos de la celda 4, donde confinaron a Agustín en la cárcel. Un reo despertó a Agustín apenas amaneció. –Vengo a regalarte una ropita, mi reina –le dijo y le dio unos jeans, una sudadera azul y unas botas de obrero. –Gracias. –Nada de gracias, mi reina, aquí en la cárcel todo se paga, hasta el sueño. Agustín esperaba lo peor, pero el tipo se echó a reír y luego murmuró: –Llama a tu casa y diles que vengan por ti, aquí hay órdenes de que te matemos a “nuestro modo”. Agustín quiso mantenerse alerta, pero un golpe por la espalda lo derrumbo. Luego, abrió los ojos y al mirar a su alrededor deseó con todas sus fuerzas no haberlo hecho. Lo violaron 14 reos. Le escribieron sobre la sudadera: “Puto”. Le escribieron sobre los pantalones: “Caga maricón”. Agustín supo que algunos de sus dedos estaban quebrados porque le dolía sólo pensar en moverlos. Supo que tenía la cara ensangrentada porque su lengua corroboró el sabor.
–Si te quedas aquí otra noche, no vas a amanecer –llegó a advertirle el reo de nombre “Leo” que le había regalado la ropa y enseguida le dio una tarjeta telefónica–. Ve a hablar –y ayudó a Agustín a levantarse. Agustín corrio hacia la caseta y creyó que iba a tardar todo un día en llegar. Avanzó y marcó el número de una de sus hermanas: –Te hemos estado busque y busque en la procuraduría, pero nos dijeron que no sabían dónde estabas –dijo la hermana. La voz no le alcanzaba a Agustín ni para la primera sílaba. Se esforzó y apenas balbuceó: –Estoy en Almoloya, vengan por mí, por favor, me están violando. Ahí se acabó la llamada. Un custodio de apellido Zepeda le colgó el teléfono, lo empujó a una oficina y lo violó. Antes de que anocheciera, la hermana pagó la fianza de 26 mil pesos y Agustín salió del penal con una idea atada a la cabeza: levantar una denuncia por violación. Fueron al ministerio público de Toluca con sede en la procuraduría de Justicia y ahí se negaron a levantarle el acta, así como sucedió también en el ministerio público de ciudad Cuauhtémoc. Nada. Fueron al de San Cristóbal. Nada. “Tenemos órdenes de no hacerte ningún trámite”, le confió un policía y Agustín terminó en el Distrito Federal, quien le tomó declaración. Después le preguntó: –¿Y no acudió a la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México? –Sí fui, pero esa comisión actúa bajo consigna. Dicen que no han podido acreditar ninguna violación a mis derechos humanos. Al otro lado del teléfono, Víctor Delgado, visitador general IV Oriente de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México, responde para la revista Emeequis: –El profesor Estrada refiere que perdió el trabajo por ser homosexual. Pero indagamos y supimos que él pidió un año sabático. Entonces no se violaron sus derechos. –Pero él argumenta que no pidió ningún año sabático, lo obligaron en la Secretaría de Educación mexiquense. –Lo que nosotros investigamos es que no pudo volver a su trabajo porque no finiquitó sus trámites del año sabático. No hubo acto discriminatorio. –¿Y cuando fue detenido afuera de Palacio de Gobierno y subido a una ambulancia, no hubo violación a sus derechos? –Dimos entrada a la queja, pero la procuraduría nos dijo que el profesor tenía una averiguación previa. Se le acusaba de ataque a las vías de comunicación. Nos enseñaron fotografías del profesor cuando, en una manifestación, cerró la carretera México-Lechería. Ante eso, no pudimos dar ningún extrañamiento. –¿Y por la violación tumultuaria que sufrió en el penal de Almoloya? –En la investigación, un custodio nos dijo que sí hubo relaciones sexuales con el profesor, pero que fue de mutuo consentimiento. El profesor vino con nosotros y dijo que necesitaba que lo revisara un médico de la comisión. Pero no contamos con médicos y no pudimos ayudarle. Antes de colgar, Delgado, de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México aclara: –Somos un organismo de buena fe, siempre hemos apoyado al profesor Estrada. Francisco de la Sota, vocero de la Secretaría de Educación mexiquense, quedó en dar algún comentario sobre el asunto de Agustín. No lo hizo.
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