Una historia de homofobia a Mexiquense

Posteriormente Luis Felipe Puente, subsecretario del gobierno mexiquense, citó a Agustín a las dos de la tarde en Toluca. “Vamos a ponerle fin al asunto”, le prometió. Agustín llegó a Palacio de Gobierno con su abogado, Jaime López Vela, y algunos alumnos que iban acompañados por sus madres. Como Peña Nieto estaba en el edificio y debía salir a sonreírle a los medios, ordenó a Luis Felipe Puente  que solucionara aquel “desmadre”; entonces éste frenó a Agustín en la entrada y le pidió que dispersara a las mujeres y a los niños. Agustín trato de calmar las cosas, defendiendo a su abogado el cual había sido detenido ilegalmente por órdenes de Enrique Peña Nieto. “¡Quiero ver a mi abogado!”, exigió Agustín y unos policías le dijeron que lo tenían en una ambulancia. “Lo quiero ver”, insistió Agustín. En minutos llegó la ambulancia en la que supuestamente, tendría a un agredido Jaime López Vela dentro.

En cuanto alguien abrió las puertas de la ambulancia, salieron de la misma, policías en vez de paramédicos, los que ilegalmente detuvieron a Agustín, subiéndolo a la fuerza a golpes. Se trató de una trampa, dentro de la ambulancia los policías lo estrangularon y golpearon en el estómago y testículos. Al preguntar a dónde lo llevaban, sólo contestaron “Vamos a un sótano”.

Si al menos Agustín hubiese adivinado el sentido, no hubiera pensado que lo iban a matar en la ambulancia. “Por vestirte de mujer vas a perder la virginidad”, le dijo el que le hundió los puños en el estómago. “Tienes buenas nalgas”, le dijo el que lo traía del pescuezo. “Orita nos vas a chupar la verga en el sótano”, le dijo el que manejaba la ambulancia. Se refería al sótano de la procuraduría mexiquense, a donde llegaron minutos después. Allí dos médicos legistas -ante las evidentes pruebas de maltrato físico- certificaron que si tenía lesiones. La insistencia de que había sido maltratado en el camino, provocó la ira de los policías ministeriales que, vestidos de pantalón crema y camisa azul marino, lo recibieron a golpes. Le levantaron la camisa y con el chaleco del traje le envolvieron la cara y lo golpearon en el estómago. “Te va a pesar pelear tu puesto en la escuela”, “Te va a pesar haber sido el novio del gobernador” le gritaban. Agustín, fatigado, sólo callaba. Del otro lado, en el sótano, su abogado recibía un trato similar.

Al día siguiente, Jaime López Vela abandonó la Procuraduría de Justicia con el compromiso de regresar por Agustín. Hasta ese momento el profesor supo el delito por el que estaba detenido: Agustín no conocía el lugar. “Me bajaron a puro golpe, como si fuera un animal —dice Agustín mirando al piso—. Y después me llevaron con el médico legista de la cárcel, el cual se atrevió a certificar que no había lesiones contradiciendo así a los primeros médicos de la averiguación previa, imputada por el delito de ataques a las vías de comunicación, pero los dos médicos legistas dijeron que no tenía lesiones. Les reclamé y los policías me dieron con todo. Era como si fueran a recibir un premio por pegarme. “Me torturaron todo el día y toda la noche. Todavía me acuerdo de los choques eléctricos, de la bolsa de plástico en la cabeza y del vigilante de los separos que me violó. Me acuerdo, también, que vi a Jaime (el abogado) todo golpeado; a él lo liberaron esa misma noche. Los acusaban “¡de ataque a la vías de  comunicación!”, exclama Agustín aún incrédulo. Cuando amaneció fue despertado bruscamente y obligado a subirse a un carro blanco. Adentro sólo se escuchaba el motor y la respiración de los policías. Pero uno de ellos rellenó el silencio: “Vas pa’la grande”, dijo y lo pisó. Lo manosearon todo el camino al penal de Almoloya de Juárez, “Me ingresaron por el acceso de visitantes y un custodio me preguntó por qué me habían llevado a la cárcel. Le dije que no sabía. ‘¿Cómo que no sabes?’, y me dio dos cachetadas. “Me pasaron a la aduana y ahí me violó el custodio metiéndome el arma en la boca. Me dijo que no hiciera escándalo y me aventó a una celda donde había muchos reos. Ahí me rompieron el traje que llevaba puesto y me torturaron. Nomás se reían”.   

 

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